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Confesiones desde la sombra: soledad y juicio de otros

He perdido el apoyo de mis amigos, he sufrido el desprecio de mi familia y ahora estoy en la soledad más profunda e hiriente que he conocido. Todos los días tengo un debate interno entre levantarme de la cama o quedarme en ella hasta que todo pase. Pero esto no va a pasar. La mayoría de las veces creo que la vida ya nunca será como antes y las pocas ocasiones en las que soy feliz, o algo me hace reír, quedan vacías por no compartirlas con nadie.

Es imposible que alguien escuche mi versión de lo que ocurrió. Estoy en un soliloquio perpetuo donde explico que no fue así, que no pasó como está escrito y sellado. Pero nadie me cree. Tengo miedo del timbre de la puerta. Tengo miedo cuando un coche patrulla pasa lentamente por la calle. He estado buscando en internet sobre lo que hice y todas las páginas me llevan a la prisión, me llevan al ostracismo. La vergüenza pesa sobre mí más que la culpa. Tuve un abogado, de esos que designan por ti, y veía la crítica en sus ojos y la falta de interés en las llamadas sin contestar, la pura falta de empatía. Me recomendó incluso que, si quería hacer más de lo que ya estaba haciendo, me declarase culpable y acabase con todo esto. Pero yo no soy más culpable que ellos. Ellos tienen que reconocerlo. La angustia me oprime el pecho hasta que tengo que parar y tomar aliento despacio, susurrando que todo irá bien, pero con cada susurro vuelvo a la noche que todo esto pasó, y tengo que sentarme y llorar hasta que me quedo dormido en cualquier sofá y de cualquier forma.

Nadie me ha escuchado cuando dije que los teléfonos estaban encendidos, que mirasen los teléfonos. Nadie ha caminado por la misma calle que caminamos para buscar las cámaras que apuntaban a la carretera y que pudieron grabarnos. Yo les conocía y ellos me conocían, ¿por qué nadie ha buscado la historia de estos tipos para ver que esto ya ocurrió hace años? ¿Quién va a investigar estas pruebas? Qué pruebas, me dijeron. Estas, las que yo os ofrezco… Nada. Firme aquí. Y entonces la caída día tras día desde hace dos años.

Si tan solo vieran las redes sociales de ellos, no las mías, verían lo que yo digo, pero no hay una sola persona que apueste por mí. Ni mi abogado apuesta por mí. Ni yo apuesto por mí. Tremendamente solo. Cada día estoy allí, cada día doy los mismos pasos y cada vez que cierro los ojos puedo oler el sudor, puedo sentir los músculos que se tensaban y hasta el regusto férreo que tenía en la boca. Entonces vuelvo a empezar, una y otra vez, desandando los pasos, abro las manos, cambio de dirección, de día, de hora. Pero nadie cambia el pasado.

Si consiguiera una absolución, si el Tribunal me escuchara, seguro que podría empezar de nuevo sin esta mancha. Pero solo puedo hacerlo con ayuda. Por eso estoy aquí, por eso he llegado hasta aquí. Por la ayuda.

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